Las noches de verano invitan a observar el cielo. La buena temperatura, los cielos despejados y el tiempo del que podemos disponer si estamos de vacaciones son factores que incrementan nuestra ilusión y nuestras ganas de aprender sobre el cielo. Precisamente estas noches, destaca el conocidísimo triángulo de verano formado por las estrellas Vega, Deneb y Altair. Por supuesto magistrales las constelaciones de Ofíuco, Escorpión y Sagitario con muchísima variedad y cantidad en objetos de cielo profundo.
El aspecto de la parte norte del cielo en agosto nos muestra a la Osa Menor con las guardas iniciando el descenso después de haber alcanzado su máxima altura hace días. Al oeste de ellas podemos ver a la Osa Mayor con el “mango” apuntando hacia arriba mientras que alguna de sus estrellas rozan el horizonte por el otro lado de la constelación. Cefeo, por su parte, comienza a ganar altura y a medida que avance la noche podremos disfrutar de la observación de objetos como la variable Delta Cephei. Al noreste vemos aparecer la constelación de Casiopea, esta vez con forma de uve doble “W”.
Si alzamos nuestra mirada hacia el cenit por el noreste nos encontramos antes de llegar a él con la impresionante constelación del Cisne, siempre abrazada por la Vía Láctea. Deneb es su estrella principal. A unos 20 grados de Deneb y casi en el cenit está Vega la brillantísima estrella de la constelación de la Lyra que inspiró a Carl Sagan para hacer su novela “Contacto”. La Lyra es un precioso paralelogramo que contiene -en casi tan poco espacio- muchísimos objetos interesantes. Y finalmente, junto a la Lyra -y a menor altura- la constelación de Hércules que contiene uno de los objetos de cielo profundo más bonitos del cielo, el cúmulo globular M13. Desde mi punto de vista el cenit del cielo de agosto es uno de los más preciosos que podemos observar en el año.
La estrella más llamativa que podemos ver en el oeste es Arturo, la más brillante de la constelación del Boyero. Viajando hacia el cenit podremos ver la preciosa constelación de la Corona Boreal. Cerca del horizonte aún podemos ver el racimo de estrellas que componen la Cabellera de Berenice y a punto de ponerse veremos a Spica la más brillante de cuantas estrellas integran la constelación de Virgo. Acercándonos al suroeste veremos la constelación de Libra.
Sur
La zona sur del cielo es la más bonita del encantador cielo de verano. Lo dominan las constelaciones del Escorpión -cada vez más baja sobre el horizonte- y Sagitario, repleta de cúmulos, nebulosas,… Tampoco se libra de objetos interesantes la constelación de Ofíuco. Al sureste, la constelación del Águila con su brillante estrella Altair, una de las tres que componen el triángulo de verano.
A medio camino del Águila y Sagitario se encuentra la pequeña (pero espléndida) constelación del Escudo. Una zona impresionante esta última donde la Vía Láctea parece crear una blanquecina mancha en el cielo. Un recorrido con unos prismáticos por toda esta zona es realmente espectacular. Si puedes, ¡aprovéchalo!
Este
Y por el este la antesala del cielo de otoño. Al menos así puede considerarse. Empieza a subir por el cielo la constelación de Acuario y la de Piscis, a la vez que va apareciendo el gran cuadrado de la constelación de Pegaso. A mayor altura dos pequeñas constelaciones, el Caballito, (Equuleus) y la romántica constelación del Delfín. Que nombre tan delicado para una constelación tan exquisita.
Si ganamos altura sobre el horizonte aparece en todo su esplendor el Cisne, que a medida que avanza la noche muestra como está rodeado por la parte del cuerpo del Cisne por la Vía Láctea. Si disponemos de una pequeña cámara que permita la posición “Bulb”, apuntemos a esta constelación y con un objetivo normal demos un minuto de exposición, obtendremos una curiosa imagen de esta constelación con la Vía Láctea en ella y alguna que otra sorpresa como la rojiza nebulosa Norteamérica.
Y hasta aquí todo lo que puede ofrecernos el cielo en cualquier mes de agosto desde nuestras latitudes peninsulares. Siempre habrá que añadirle la presencia permanente de la lluvia de estrellas fugaces de las Perseidas. Una lluvia archiconocida cuya visibilidad siempre dependerá de como se encuentre la Luna en la fecha de su máximo (del 10 al 13 de agosto) en cuanto a la requerida oscuridad del cielo se refiere.
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